Cuento para endulzar tu Navidad

"Daniel quería una estrella" 
  Verano en la granja. Tras un día de calor intenso la abuela, Daniel y yo descansamos. Son las 10 de la noche. Un 

airecito fresco mueve las hojas de los árboles altos y a la entrada uno de los perros le ladra a la luna. La abuela canta con 

su voz aflautada una canción de cuna muy antigua. Está cantando no sé qué historia del río Tizza, allá en su lejana 

Hungría. Daniel en mi regazo se mece al ritmo de la canción y yo dejo que el fresco de la noche, la voz de la abuela y el 

calor de mi niño me regalen el alma. 

   El cielo, de un azul muy oscuro, está todo lleno de estrellas. Parece no haber sitio para una sola más. Daniel que nunca 

ha estado tanto tiempo mirando el cielo en una noche estrellada, en su media lengua de tres años, interrumpe la canción 

de la abuela y me dice: “Mamá, quelo  una estrella”. Daniel siempre quiere cosas, pero hasta ahora nunca me había

pedido una estrella. Entonces le explico: “Podría dártela si fuesen mías, pero las estrellas son de Dios”. De nuevo en la 

noche de verano, la abuela reanuda su canción y yo mezo a Daniel siguiendo ese ritmo antiguo y hermoso.

  Y de pronto, como el relámpago que cruza el cielo, inesperadamente Daniel pregunta: “Mamá. ¿Quién es Dios?” 

  Entonces soy yo la que miro las estrellas, buscando ayuda, y también soy yo la que pregunto: “Cómo le digo quién eres 

Señor, tiene tan sólo tres años”.

  Pero el niño insiste y ahora debo darle una respuesta. Se incorpora en mi regazo y apenas puedo ver su carita cuando la 

luna filtra sus rayos a través de los árboles altos. Pero sé que me escucha, y la abuela también. 

  -“Sabes, tú eres mío porque yo te hice, pero antes que tú, que mamá, que papá, que la abuela y que todas las cosas, 

estaba Dios. Y de la misma manera que todos nosotros te amamos y te damos lo que pides, Dios en su gran amor ha hecho 

todo lo que tenemos. Todo, Daniel, todo. Los gansos, que tanto te gustan ver pasar, uno detrás de otro. Los cochinitos y

los conejos, ésos que vamos a visitar cada mañana. Los perros que cuidan la entrada de la granja. El gallo madrugador 

que nos despierta tan temprano sin importarle que nos enojemos. Hizo también el calor del día y el fresquito de la noche, 

los árboles altos y todas las frutas y todas las flores. Y ahora que ya sabes quién es, tú vas decirme todas las cosas que 

recuerdas; y todo lo que digas, eso también lo habrá hecho Dios”. 

   Daniel pareció entusiasmado y comenzó su lista. En ella, además de papá, del auto, de mamá, estaba su pelota, su 

carrito azul, su muñeco de dormir y el pan con dulce de leche. - “Sí, todo eso, más la estrella que me pides y no puedo 

darte, porque hay cosas hechas por Dios, que tampoco mamá puede tocar”. Daniel busca de nuevo mi regazo, nunca ha 

estado tan despierto hasta tan tarde mirando un cielo lleno de estrellas.

  Ahora se ha quedado dormido, la voz de la abuela vuelve a entonar la antigua canción del río Tizza y un rayo de luna 

se filtró a través de los árboles altos.

  Entonces me pareció ver que en su puñito cerrado, Daniel tenía su estrella

                                                       Martha Klenk 

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